Tequeños, teología y un concierto muy necesario


Me sorprende cómo, en los lugares más inesperados, pueden surgir preguntas teológicas tan random como genuinas. Al llegar temprano, aprovechamos para pedir una fuente de tequeños y unas bebidas. Mientras esperábamos con Rebe, charlando entre humo y madera, iban sonando las notificaciones de un grupo de WhatsApp sobre teología y cine.
Aunque aún no me he presentado (cosa de tímidos), las dudas que iban surgiendo entre los participantes eran muy sinceras. Uno de ellos decía: “¿Acaso los cristianos no podemos tener algo bonito?”, haciendo alusión a la falta de profundidad en la mayoría de películas evangélicas. Luego, algunos pedían recomendaciones para entender el fenómeno del cine y la cultura a la luz de distintas corrientes teológicas, mientras otros hacían catarsis sobre lo difícil que es encontrar con quién hablar de cine y teología. Varios agradecían al moderador por la iniciativa.
A todo esto, yo solo pensaba que algún día me encantaría hacer una tesis de maestría sobre los estudios interdisciplinarios entre cultura y teología. Y quizá este grupo pueda ser una gran ayuda para intercambiar ideas, porque, igual que varios de ellos, tampoco tengo muchas personas con quienes hablar de estos temas. En medio de esa catarsis online, de libros compartidos y perspectivas teológicas, yo estaba físicamente en uno de los lugares más bohemios de todo Lima, rodeada de gente con una sensibilidad muy particular. Justo le decía a Rebe: “Probablemente somos las únicas personas cristianas que han venido a este lugar a escuchar a Maya.”
Ayer fue uno de esos días en que agradecí profundamente a Dios por la música. El concierto fue muy sano, muy indie, muy juvenil, muy nostálgico. Se notaba que los miembros de la banda eran amigos: había una química increíble, y cada uno brilló en los momentos clave. Hubo mucha improvisación, invitados sorpresa y una destreza que envolvía a todos en una atmósfera muy especial.
No me equivoqué con Maya, y este concierto lo confirma; su madurez musical, a sus cortos 22 años, es realmente sorprendente. Fue uno de esos conciertos que necesitaba, casi como una forma simbólica de cerrar una etapa, de despedirme de los veinte. Canté como nunca, me dejé llevar por el nivel de la banda y por la belleza de sus canciones. Después de una temporada con varios sustos de salud, llegué a pensar que no volvería a disfrutar un concierto con tranquilidad… pero ahora fue distinto.
Esta vez se invirtieron los papeles: se suponía que yo, como hermana mayor, debía acompañar a mi hermana al concierto de su artista favorito. HAHA. Error. Descubrí a Maya Endo por TikTok y me enganchó su lírica y su estilo musical; es jovencísima, pero tiene su camino muy claro. Así que esta vez fue mi hermana menor quien acompañó a su hermana mayor a un concierto donde la edad promedio era de 20 años HAHAHA, y yo, con casi 30. No me avergüenzo, la verdad. El concierto fue increíble, y Maya es una de esas artistas atemporales que me enganchó por la complejidad de su música y sus letras conmovedoras.
La rapidez del mundo muchas veces nos sumerge en el adormecimiento y la distracción. Pero me gusta pensar que Dios puede hablarnos incluso en los lugares más inesperados: a través de un grupo de WhatsApp, una buena charla con tequeños, un concierto juvenil, o la destreza de unos músicos que disfrutan lo que hacen. A veces siento que he perdido esa sensibilidad, pero me alegra estar de vuelta. Creo que este es el primer texto que escribo en mucho tiempo.